viernes, 5 de abril de 2013

Final de la República Romana.

La fecha tradicional del nacimiento de la República se produce durante el año 509 a.C., después de derrocar y expulsar al monarca de Roma y año de consagración del templo de la Tríada Capitolina. Después de que el poder de los etruscos se debilitara, los primeros siglos de la República vieron la progresiva conquista de la Italia peninsular por parte de Roma. El instrumento de la conquista, la legión, estaba compuesta por ciudadanos, reclutados en tiempos de guerra. A medida que avanzó en su conquista, Roma utilizó los contingentes de las ciudades dominadas y aliadas como tropas auxiliares. Tras las Guerras Latinas, que otorgaron a la República de Roma el control de todo el territorio del Lacio, los samnitas se opusieron al creciente poder de Roma y se enfrentaron a ella en tres conflictos conocidos como las Guerras Samnitas. Roma venció sucesivamente a los pueblos del Lacio, a los etruscos, a los galos, que se habían instalado en la llanura del Po, a los samnitas y las ciudades del sur de Italia, que pese a la intervención del rey de Epiro, Pirro, fueron conquistadas por Roma entre los años 280 y 275 a.C. A partir de mediados del siglo III a. C., Roma, que ya dominaba toda la Italia peninsular, inició una larguísima serie de guerras que la llevaron a dominar el mundo mediterráneo. En 264 a. C., Roma decidió ocupar las colonias cartaginesas en Sicilia. Roma consolidó su dominio de la cuenca occidental del Mediterráneo con el establecimiento de numerosas colonias en la Galia Cisalpina, la definitiva conquista de Hispania y la ocupación de la Galia del sur, que, convertida en la provincia Narbonense, permitió la unión terrestre de Hispania con Roma por la vía Domitia. Los enfrentamientos entre los guardianes de las antiguas tradiciones romanas y los partidarios de las novedades venidas de Grecia volvieron a introducir –a mediados del siglo II a.C.- un clima de gran agitación en el interior de la ciudad, que cristalizó con el famoso conflicto de los Gracos. Los Gracos eran dos hermanos de ideas avanzadas que, como Tribunos de la Plebe y en defensa de sus intereses, reclamaban una reforma agraria: la distribución gratuita de tierras entre los ciudadanos más pobres de Roma, en perjuicio de los todopoderosos terratenientes. Los dos fueron asesinados. Tras la muerte violenta de los Gracos dio comienzo al siglo I a.C., el más terrible y convulso de la Historia de Roma. Durante ese siglo, Roma se desangró en interminables Guerras Civiles, cuya causa era precisamente su poder y sus inmensos dominios. Las instituciones Republicanas, que habían servido para gobernar la ciudad durante 500 años y la habían conducido a la conquista del Mediterráneo, eran insuficientes para administrar sus posesiones. Los romanos habían dispuesto sus leyes para evitar que un solo hombre ostentara el poder absoluto, pero los generales romanos se habían vuelto demasiado poderosos. Apoyados en sus legiones y en los recursos de las provincias que gobernaban, pugnaban entre sí para hacerse con el poder en solitario. Primero Mario y Sila, después Julio César y Pompeyo, sumieron el Mediterráneo en un baño de sangre. Al final de este periodo convulso destaca la figura gigantesca de Julio César: el hombre que, por fin, consiguió concentrar en su mano todos los poderes políticos de forma indefinida. Pero Roma, orgullosa de su tradición republicana, no estaba madura para semejante cambio, y Julio César fue asesinado por un nutrido grupo de senadores en el año 44 a.C.

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